El gigante frágil

En 1967 Wilt Chamberlain se proclamó campeón con Philadelphia 76ers después de ganar en la final a San Francisco Warriors. En aquella ocasión tuvo enfrente a uno de sus rivales más duros, Nate Thurmond. Apenas tres años antes, Chamberlain fue miembro de los Warriors, el jugador con mayor dominio físico en la historia de este deporte. A Thurmond, un torpe novato de 2,11 le exigieron jugar de ala pívot para poder hacer duo en el juego interior con el gigante de Philadelphia. Durante un sinfín de horas entrenaron juntos, el uno contra el otro, aprendiendo el uno del otro. Cultivaron una estrecha amistad. Chamberlain instruyó al joven jugador no solo en cuestiones relativas al juego, también le aleccionó sobre cómo vestir, cómo gestionar su dinero y cómo hacer frente a las presiones de su estatus de celebridad. Después del último partido de la final de 1967, disputado en el enorme Cow Palace de San Francisco, un edificio parecido a un granero, Chamberlain y su protegido se fusionaron en un gran abrazo. Hablaron sobre reunirse después de que todo el ruido, la confusión y el excitación del momento remitiera. Nate invitó a Wilt y a sus compañeros a su lujoso apartamento en uno de los edificios más exuberantes de la ciudad. A la fiesta acudieron también algunas de las amistades de Thurmond. El pívot de los Warriors ejerció de perfecto anfitrión patrullando entre los invitados y cuidando de que ninguno se quedara apartado, o que nadie entrara sin ser saludado o se fuera sin ser despedido.

A pesar de la derrota, era un gran momento en la carrera de Thurmond. En esos momentos estaba considerado como un jugador defensivamente mejor que Chamberlain y ofensivamente mejor que Russell. Poseía una combinación de envergadura, un eficaz tiro exterior, intimidación, capacidad reboteadora y espíritu de sacrificio por el beneficio del equipo, era el prototipo de pívot ideal. El eslabón perdido entre Chamberlain y Russell. Era respetado por sus compañeros de profesión y reconocido como el pívot más completo, y los Warriors estaban llamados a ser la próxima dinastía.Ocho años después, las grandes esperanzas puestas en aquella franquicia finalmente se cumplieron… pero de una manera extraña. En 1975, los Warriors se proclamaron campeones de la NBA, tal y como lo habían anticipado algunos de los invitados de Thurmond aquella noche. Sin embargo, Nate no estaba allí para celebrarlo; estaba pasando uno de los peores momentos de su carrera como jugador de los Chicago Bulls. Thurmond había abandonado La Bahía la temporada anterior buscando un proyecto mejor acondicionado para ganar el título. Los caprichos del destino quisieron que se enfrentara a su ex equipo en las finales de conferencia; después de ir por delante 3-2 en la serie, los Bulls de Thurmond cayeron en siete partidos y dos semanas después los Warriors se proclamaban campeones sorprendentemente ante los Bullets de Washington. Los Warriors habían culminado aquella gesta sin la participación de Thurmond, uno de sus iconos durante casi una década de dolor y frustración. ¿Qué pasó para que aquel prometedor equipo que perdió las finales en 1967 no cumpliera con aquellas expectativas y Thurmond resolviera coger otro camino?. Nadie en aquel momento podía intuir lo que se avecinaba. Poco después del subcampeonato de 1967, una nueva liga profesional de baloncesto inició su andadura, la ABA. Durante sus cuatro primeros años de existencia apenas representaron una amenaza para la NBA, pero desgraciadamente para Thurmond, hirió de muerte al proyecto de Frank Mieuli, propietario de los Warriors. Rick Barry, la joven estrella y promesa que amenazaba con dejar su impronta en la liga, se convirtió en el primero de un puñado de jugadores que iniciaron un éxodo hacia la ABA en búsqueda de unas mejores condiciones económicas. Fue un torpedo en la línea de flotación de la franquicia californiana. Durante unos meses Frank Mieuli estuvo más pendiente de tomar represalias jurídicas contra Barry que de centrar sus prioridades en gestionar su propio equipo. Barry había huido a una franquicia con sede en Oakland, los Oaks, reclutado por Pat Boone, y por su suegro Bruce Hale. Era una afrenta que no estaba dispuesto a dejar pasar por alto, quizás si hubiera recalado en la costa este, las repercusiones no hubiera sido las mismas.

Thurmond intentó valientemente llevar tanto su carga como la del difunto Barry (figuradamente hablando), pero fue traicionado por su propio cuerpo. Sufrió una lesión tras otra. Durante esa travesía por el desierto entre 1967 y 1973 con Thurmond como jugador franquicia, los Warriors fueron considerados un equipo de la clase media de la liga, lo suficientemente buenos para disputar los playoffs, pero no lo suficientemente competitivos para ser aspirantes al título. Thurmond tuvo el reconocimiento merecido en el aspecto contractual, pero el precio pagado fue demasiado alto. Cada dólar que ganó lo hizo a costa de su propia salud. Demasiados partidos jugando en condiciones físicas precarias sin saber si sus quebradizos huesos, o sus cada vez menos flexibles tendones y ligamentos podrían soportar el esfuerzo que requería enfrentarse cada noche a tipos tan voluminosos como él. Vivía con la incertidumbre de saber que cada partido podría ser el último de su carrera. El baloncesto se convirtió en una obligación que cumplió con abnegada profesionalidad. Había dejado de ser un placer como lo había sido a los 23, 24 o 25 años.

Muy pronto tuvo que batallar contra una nueva generación de jugadores, más jóvenes. Pasó de ser el futuro relevo de Chamberlain y Russell, a un jugador precozmente considerado como veterano a causa de las lesiones y del relevo generacional. Las circunstancias de la época que le tocó vivir convirtieron sus dolencias en un calvario. En sus tres primeras temporadas jugó con graves dolores de espalda, a pesar de lo cual solo se perdió 14 partidos. En 1967 sufrió una fractura en la mano de la que se recuperó a marchas forzadas para poder contar con su participación en los playoffs. Una temporada después, una cirugía de rodilla le hizo perderse los últimos 31 partidos de la temporada, y dos años más tarde (69/70) sufrió una segunda lesión de rodilla, más grave aún. En este último caso, cuando estaba desarrollando el mejor baloncesto de su carrera. Llevado por la frustración y convencido de que estaba abocado a la retirada, convocó una conferencia de prensa en su habitación del Hospital St. Mary’s en San Francisco y anunció que dejaría el baloncesto. En aquel momento hablaba en serio, pero se retractó de su decisión unas semanas después. La carrera de Nate pasó de ser exitosa en lo personal y frustrante en lo colectivo a ser simplemente frustrante. Por razones nunca explicadas y en un impactante contraste con la actitud de mimar a sus jugadores, Mieuli acusó a Thurmond de haber fingido lo que, según él, era una recuperación innecesariamente lenta. También le acusó de exigirle una renovación exorbitantemente alta. «Nuestro médico afirma que su lesión no fue lo suficientemente grave para estar fuera tanto tiempo. Celebrar esa conferencia de prensa con cuarenta partidos por delante mató el espíritu de nuestro equipo. Nate estaba intentando conseguir una posición de fuerza para exigir un contrato más alto. En siete años, Nate ha mostrado solo destellos de grandeza. Se derrumba todos los años justo cuando más lo necesitas. Nunca llega en forma cuando empieza la pretemporada». Aquellas declaraciones fueron el principio del fin de la relación entre jugador y propietario. Había sido un golpe muy bajo para Thurmond. «Pensar que prefiero estar sentado a jugar es increíble. Nadie pasa por las operaciones que yo he pasado por placer, y al final fueron la consecuencia de jugar con dolor durante muchos años, en lugar de cuidar mi cuerpo. Solo quiere justificar un posible trade ante los aficionados, y para ello necesita desacreditarme». Las declaraciones de Mieuli hicieron mella en unos pocos aficionados que comenzaron a abuchear a Thurmond. «Que pronto olvidan», decía para sí el jugador de los Warriors. Decepcionado por la respuesta de un sector de la afición, decidió pasar a una actitud más conservadora. Ya no volvería a arriesgar su físico por un balón que rodaba sin control por el suelo. La recompensa (la aprobación provisional de los aficionados) era insignificante en relación al coste (una lesión que podría incluso afectar al resto de su vida fuera de la actividad deportiva). «No quiero perderme más partidos». La vuelta de Barry a los Warriors tras dejar atrás una estela de batallas jurídicas pareció alumbrar un rayo de esperanza en la recta final de su carrera, pero los Warriors cayeron ante unos Lakers más experimentados en las finales de conferencia. En la serie anterior dejaron contra todo pronóstico fuera de la competición a los Bucks de Abdul Jabbar. «Nadie me juega tan duro como Nate», reconocía el pívot de Milwaukee. Thurmond salió indemne de sus duelos contra Jabbar y Chamberlain, pero a los Warriors no les alcanzó para alcanzar cotas más altas. Tras una temporada 73/74 frustrante en la que Thurmond volvió a sufrir percances físicos, pidió el traspaso buscando un equipo con aspiraciones en el que pudiera colaborar desde un rol más secundario y una ciudad en la que poder retomar su vida después de su retiro expandiendo los negocios de restauración que había abierto en San Francisco.Los Knicks fueron uno de los equipos que pujaron por él con más fuerza, pero no pudieron igualar la oferta económica de unos Bulls cansados de sucumbir en playoffs ante el mayor poderío interior de Lakers y Bucks. El inicio de su aventura en los Bulls no pudo ser mejor. En un día para la posteridad, Thurmond registró el primer cuádruple doble de la historia (de forma oficial) : 22 puntos, 14 rebotes, 13 asistencias, y 12 tapones en la victoria ante Atlanta delante de 7.351 aficionados en el Chicago Stadium. Fue un espejismo. Thurmond evidenció un considerable declive físico y acabó perdiendo la titularidad en favor de Tom Boerwinkle un pívot con muy buena visión de juego al que Dick Motta, motivaba con el viejo método del palo y la zanahoria. El epílogo de toda esta odisea vino con la eliminación a manos de los Warriors en la final de conferencia en la que tuvo un papel muy secundario. Seguro que sintió alegría por muchos de sus ex compañeros y aflicción por su situación personal cuando vio coronarse a los Warriors como campeones por televisión. Su salida de los Bulls fue la crónica de una muerte anunciada. Finalizó su carrera en su tierra natal, Ohio, defendiendo los colores de los Cavaliers, en una experiencia personal muy gratificante. El pívot nacido en Akron vio como la franquicia de Cleveland retiraba su camiseta, lo que nos puede dar una idea del impacto que tuvo en el vestuario de aquellos Cavaliers de Bill Fitch. La carrera de Nate Thurmond estuvo marcada por la indefinición de su figura, motivado principalmente por venir de una universidad pequeña, por vivir una calvario con las lesiones y por el hecho de transitar a caballo entre las carreras de Chamberlain, Russell y Abdul Jabbar. Es sin duda alguna uno de los pívots más infravalorados a lo hora de reconocer su gran impacto defensivo.

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