Manute Bol, memorias de África

Manute Bol no creció en una gran urbe de los Estados Unidos, sino a miles de kilómetros en otro continente, Africa. Sudanés de nacionalidad, pertenecía a la tribu de los Dinka, una etnia ubicada a ambos lados del río Nilo, con lengua propia. Durante muchos años, los Dinka han sido considerados la tribu más alta de Africa. Los 2,31 metros de Manute Bol eran un altura más que considerable, pero no la mayor de todas las conocidas de su tribu. Dentro de su familia, su abuelo Malouk Chol Bol medía 2,39 metros. Era un jefe tribal que tenía más de 40 esposas y 80 hijos. Su madre Okwok fue la segunda de siete esposas de su padre, Madut Bol. Manute que en su lengua natal significa «bendición especial» fue bautizado así porque sus padres habían tenido problemas para concebirle. Su madre había abortado a cuatro bebés antes de tenerle a él.

Manute a menudo recordaba su infancia en Turalei, casas hechas de barro cuyos tejados hechos de hierba eran visitados por las jirafas para comer. Tenía que recorrer más siete millas por la noche cuando regresaba del pueblo de su novia. «Daba bastante miedo caminar en la oscuridad. Es cuando los leones salen a cazar. Rezaba para que las pilas de mi linterna no se agotaran en el trayecto. Era mi mayor defensa contra ellos, aunque siempre llevaba conmigo una lanza». También recordaba que los leones no eran el único peligro por las noches, la cobra real era una amenaza tan letal como los felinos, y también los hipopótamos. «Matan más gente que los leones, son muy territoriales». Su padre murió de malaria. Manute también la contrajo aunque en su caso, tuvo más fortuna y pudieron llevarle a un hospital.

Su dieta se basaba en cereales y mucha leche. Apenas comían carne. Manute sobrevivió gracias a la leche de las vacas que custodiaba. Dormía con ellas por las noches para protegerlas de los depredadores. Su rostro presentaba unas cicatrices que el color de su piel se encargó de disimular con el tiempo, parecían arrugas. Eran las marcas de un rito tribal para certificar el final de la infancia. Un maestro tribal de se encargaba de dibujar 4 líneas delgadas en la frente con un cuchillo afilado. La sangre brotaba de forma considerable, pero no estaba bien visto llorar, era un mácula que acompañaba al recién iniciado durante toda su vida. Sin las cicatrices, nadie le reconocería como un adulto. Otro de los ritos era la extracción de los dientes a los 7 u 8 años. A medida que Manute crecía y se iba iniciando en los diferentes ritos se convirtió en un rebelde.

Manute reconoce que huyó durante un tiempo de su casa para evitar ser sometido al ritual de las cicatrices. Los hijos tenían que someterse a las exigencias de sus progenitores. No fue la única concesión que tuvo que hacer, tampoco acudió a la escuela por voluntad de su padre que consideraba negativo cualquier contacto con otro tipo de civilización. No había expectativas entre los jóvenes integrantes de los Dinka de abandonar la tribu por voluntad propia e ir a otro lugar en busca de un trabajo para vivir una vida mejor. ¿Qué podría ser mejor que vivir con otros dinka, cuidar de las vacas, contar historias hasta altas horas de la noche, y vivir como siempre habían hecho? Los Dinka se consideran a sí mismos personas elegidas con una forma de vida privilegiada. Finalmente regresó para cumplir los deseos de su padre que había convenido su matrimonio a los 14 años después del fallecimiento de su madre. Se sometió a todos los rituales: al cuchillo, a la extracción de los dientes, uno tras otro, se afeitó la cabeza, se frotó su cuerpo con cenizas… No iba a ser diferente de cualquiera de sus antepasados, atado a sus vacas y a su tierra natal, dispuesto a casarse una y otra vez y otra vez. Aprendió todas las costumbres de su tribu. Se esperaba de él que tuviera muchos hijos y prosperara. Era un miembro más de la tribu en todos los sentidos, excepto que era alto, muy alto.

Dud Tongal, un estudiante sudanés de la universidad de Fordham que también pertenecía a la tribu de los Dinka, enseñó a su entrenador Tom Penders un recorte de fotografía en la prensa local de un chico sudanés sujetando un balón y tocando el aro sin levantar los pies del suelo, era Manute Bol. El tío de Dud Tongal convenció al jefe de policía de la localidad de Wau, la ciudad más grande del sur para que invitara a Manute a jugar en el equipo de policía. Manute nunca había oído hablar de este juego. Era el año de 1979. Caminó unos 100 km a pie hasta la ciudad de Wau. Los Dinka estaban acostumbrados a recorrer grandes distancias a pie. Escuchó la oferta del jefe de policía con escepticismo. Evidentemente a su padre tampoco le gustaba la idea. Uno de sus numerosísimos primos, un piloto de Sudan Airlines, le explicó a Manute las posibilidades que le ofrecía el baloncesto y le convenció para que, al menos, lo intentara. En su primer intento de anotar una canasta perdió algunos de los pocos dientes que sobrevivieron a su ritual de iniciación. Lejos de desanimarle, aquello sirvió de acicate para intentar aprender a rodo sobre el baloncesto. Una iniciación más, como otras en su vida. En 6 meses pasó de no saber botar un balón a jugar en el equipo nacional.

Otro primo de Manute, Nyoul Makwag Bol, le habló de él a Tony Amin un entrenador de un equipo semiprofesional de la liga local en Karthoum, el Catholic Club Team. Amin y Nyoul Bol viajaron hasta Wau para reclutarle. Amin le ofreció 52 libras esterlinas al mes, mucho más que cualquier otro jugador de la plantilla. «Era muy descoordinado», relataba Tony Amin, «no sabía hacer nada, incluso un jugador pequeño podía pasar a su lado y anotar. Le dijimos que nadie podía anotar delante de él».

Bol trabajó duro en sus fundamentos y aprendió rápidamente. Desarrolló un considerable timing para taponar tiros. A pesar de que era diestro aprendió a taponar con la mano izquierda por culpa de un defecto congénito en tres de sus dedos de la mano derecha. Se unió al equipo militar de baloncesto (oficialmente era miembro del cuerpo de paracaidistas). Se levantaba al amanecer, entrenaba con el equipo militar durante dos horas, dormía durante el calor del día y jugaba con el Catholic Club por las tardes. Sentía una gran satisfacción cada vez que lograba bloquear el lanzamiento de otro jugador.

Durante su estancia en Karthoum vivía en un cobertizo de hormigón que servía para guardar las herramientas para cortar el césped de las pistas de tenis del club. Bol vivió allí durante casi dos años. La suerte de Manute Bol cambió cuando Don Feeley, el entrenador de la universidad de Farleigh Dickinson, viajó hasta Sudán en verano de 1982 para ayudar al equipo militar de baloncesto. Allí conoció a Manute. Desde el primer momento que se fijó en él, se propuso no regresar a Estados Unidos sin él. Bol no dudó en aceptar la oferta. La relación con su padre se había roto después de que se negara a pagar las 50 vacas que exigía la familia de su novia para que se pudieran casar. Además en Sudán estalló la Guerra Civil. La propuesta de Feeley era una tabla en mitad del océano.

Sin embargo su ingreso en un centro universitario era una utopía para un hombre que apenas sabía hablar inglés y no había asistido a la escuela en su vida. Farleigh Dickinson, evidentemente, rechazó su admisión. Bol intentó entrar en Cleveland State y viajó a la ‘ciudad forestal’ para aprender inglés. Tampoco sirvieron sus esfuerzos para ser admitido en la universidad. Finalmente encontró acomodo en la universidad de Bridgeport, en Connecticut. Manute escribía al nivel de un niño de tercer grado. «Manute Bol hizo más por la Universidad de Bridgeport en un año que nadie en la historia. Dominó todos los partidos», afirmó Bruce Webster, entrenador del equipo de baloncesto. Bol promedió 22,5 puntos, 13,5 rebotes y, durante la primera mitad de la temporada, ¡¡15!! tapones por partido. A partir de entonces, todos los equipos que jugaban contra Bridgeport se dedicaban a conservar el balón (no había reloj de posesión) hasta encontrar un tiro lejos del alcance de sus brazos.

Después de su primer año de Bol, la NCAA empezó a investigar sus calificaciones académicas. Bol fue expulsado y decidió enrolarse en la recién creada USBL, una liga menor con franquicias en ciudades de la costa atlántica, para jugar en los Rhode Island Gulls. Allí tendría como compañero de equipo a Anthony Jerome Webb, más conocido como Spud Webb. Bol lideró la liga en rebotes (14,2) y tapones (11,2) a los que añadió una más que considerable cifra de casi 14 puntos por partido. En 1985 fue drafteado por los Washington Bullets en la segunda ronda del draft. Dos años antes ya había sido seleccionado por los San Diego Clippers en la cuarta ronda del draft. El por entonces entrenador de los Clippers Jim Lynam, dijo: «No me hace falta ver a ese tal Manute Bol. Siete pies y siete pulgadas son siete pies y siete pulgadas».

Allí empezaría la carrera de Manute Bol en la NBA.

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